Mi camino comenzó en un lugar muy distinto. Estudié Finanzas y Contabilidad y trabajé en el mundo corporativo. Aunque desde fuera todo parecía estable y prometedor, por dentro me sentía desconectada y vacía. Estaba en un entorno que no me hacía feliz, y decidí dejarlo todo por la decisión más difícil y valiente: apostar por mí misma.

Crecí sola con mi madre, porque mi padre falleció cuando era pequeña. Ella fue y sigue siendo mi pilar y mi mayor apoyo, pero también era sobreprotectora y exigente. Eso me marcó con heridas de abandono, rechazo y una fuerte necesidad de validación externa. Durante años me exigí demasiado, me culpaba constantemente y buscaba en los demás el valor que no encontraba dentro de mí.

En lo personal, viví una relación de maltrato que me enfrentó con todas mis inseguridades. Esa experiencia me rompió, pero también me llevó a un proceso profundo de reconstrucción y autoconocimiento. Hoy vivo una relación sana y consciente, que me sostiene y me reta a crecer desde otro lugar.

A lo largo de mi vida también me he sentido muchas veces poco comprendida o realmente escuchada. Sentía que los demás me juzgaban y luego era yo misma quien me juzgaba aún más fuerte. Eso me hacía estar a la defensiva, frustrada y desconectada de lo que realmente necesitaba.

Todas estas vivencias me dieron la convicción de que el cambio es posible. Me enseñaron que las heridas, cuando se trabajan, pueden transformarse en fortaleza. Y esa es la energía que me mueve a acompañar a otras personas en su propio camino.

Hoy acompaño desde un lugar distinto: uno donde sé que cuidar y escuchar sin juicio puede abrir el inicio de una transformación real. Y lo hago aprendiendo cada día, porque todo lo que viví y me sigue pasando son parte de la fuerza y la sensibilidad con la que hoy sostengo a quienes confían en mí.